Por Christian Casanova
Sociólogo
Director General Alén Centro de Análisis y Planificación Político-Social
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Sebastián Piñera Fuente: www.laprensa.cl |
El pasado primero de mayo el presidente de la CUT Arturo Martínez
reclamaba ante 50 mil personas presentes y ante el país entero, la necesidad de
un salario digno: “Queremos decirle al Gobierno y al Parlamento: este año el
salario mínimo debe llegar a 250.000 pesos para hacer frente a las carestías de
la vida".
El gobierno, en tanto, preparaba una contundente retórica para descomprimir
las tensiones sociales, saliendo al paso de la urgente demanda con el proyecto
de ley de Ingreso Ético Familiar anunciado con bombos y platillos, y
recientemente aprobado en el Congreso el pasado 10 de mayo. De la lectura y la profundización de la iniciativa,
nos damos cuenta de que no posee ambiciones de modificar la precaria estructura
en la que se desarrolla el trabajo en nuestro país.
De hecho, salario e ingreso son dos cosas
completamente distintas. El primero da cuenta del valor pactado entre empleador
y empleado, en relación con las actividades realizadas en una ocupación
determinada y en un contexto desregulado. El segundo, en tanto, responde a los
valores monetarios dispuestos en el hogar, que incorpora los posibles salarios
de sus integrantes. Así las cosas, una
política como el Ingreso Ético Familiar, que no ha sido concebida para cambiar
de manera sustantiva el andamiaje legal que sustenta los derechos de los
trabajadores, no demuestran un espíritu
sustentable, pero sin embargo reúne las ilusiones dando respuestas asistencialistas
sin proyección.
Como toda medida insuficiente, lejos de un
abordaje novedoso y menos aún, de una voluntad con ambiciones ético-familiares al serio problema de los
trabajadores, es sin lugar a dudas un goteo, que acarrea desesperanza para las
familias chilenas. Es asimismo, un gesto débil que no alcanza a motivar a los
empleadores a una revisión de sus salarios.
Resulta al menos inquietante, el verso
plagado de buenas intenciones versus el evidente empeño del gobierno en
relativizar las discusiones y aparentar la resolución de problemas
estructurales, con medidas
fundamentalmente asistencialistas que no poseen proyección ni
sustentabilidad en el tiempo. Considerando que ingreso y salario son solo parte
de un proceso que violenta a los trabajadores chilenos en todos los procesos
productivos y de servicios, la porfía oficialista para evadir las acuciantes
necesidades que abarcan el ámbito del empleo, se levanta como oscuro presagio
para la próxima administración.
El Presidente Piñera y
la ministra Evelyn Matthei se unen en esta tendencia a relativizar los datos
referentes al empleo en nuestro país. Así entonces, asistimos a un relato del 21
de mayo, donde se nos informa de un escenario espectacular con 700 mil empleos
y no sólo eso, además perfectamente regulados, decentes, y donde se ha
integrado de manera masiva a la mujer.
Como cuando vemos películas demasiado
alegres, a veces emerger a la realidad puede ser chocante. Eso pasa cuando nos
enteramos que detrás de los 687 mil nuevos empleos, el 74% corresponde a
trabajos familiares no remunerados, servicio doméstico y asalariados
externalizados, o sea trabajos por cuenta propia. Un porcentaje que rompe el encanto del
discurso, develando una gestión con mezquinos logros.
Tampoco hay misericordia con las mujeres, de
esta cifra redonda de 700 mil empleos, solo un 9% de los nuevos puestos para
ellas entran en la categoría de asalariados directos, dejando a otras 330 mil,
correspondientes al 91% con puestos de trabajo en condiciones de
subcontratación, y como los descritos en párrafo precedente, que en su mayoría
son de una baja calificación, y otorgan bajos sueldos.
Otro aspecto preocupante es la tasa de
trabajadores sindicalizados. En el país sólo el 13,9% de los trabajadores se
encuentra incorporado a este tipo de organización, sumando la desprotección de
los trabajadores que tampoco pueden negociar sus propios sueldos ni mejorar sus
condiciones laborales.
El verso oficialista, alcanza niveles absurdos,
cuando Piñera, con escasa “química” y pobre empatía, nos intenta convencer vía
malas artes de omisión, de un aparente bienestar y buenas relaciones con un
pueblo que no le cree. Menos aún luego de las lluvias invernales, que como cada
año enrostran la precariedad del sistema para hacerse cargo de los más
vulnerables, y ya en esta ocasión, con la espera insoportable de los aún
damnificados por el terremoto del 27 F.
Karl Polanyi declaró en La Gran Transformación:
La idea de progreso se sustenta bajo la idea de prosperidad, mientras que el crecimiento vertiginoso no tiene como otra verdad la sola atenuación de la miseria popular, quedando muy lejos de la prosperidad para todos. Es una tendencia paradójica, en tanto su trayectoria, el progreso entendido como un formidable crecimiento del comercio y la producción contiene intrínsecamente un residuo de la pobreza humana.
Ya es tiempo de discusiones abiertas e informadas. No bastan las cifras
del 6% de crecimiento anual para los trabajadores. Vivimos en una sociedad
donde la desregulación propicia el terreno para el abuso y descontrol, y donde
los sujetos sociales son permanentemente violentados por un aparataje que no
los considera. Es necesario dejar la retórica de las promesas vacías de lado y
ponerse a trabajar. Los chilenos estamos alerta a estas falacias, y como
jóvenes estamos dispuestos, poseemos la energía y el ánimo de cambio.
El desarrollo del país somos nosotros, quienes a diario entregamos las mejores 8 horas de nuestra energía y rendimiento. Resulta aterrador vivir con la sensación de estar vendiéndole el alma al diablo, de carecer de recompensas, económicas, emocionales, sociales. Entonces cómo impulsar al sacrificio, sólo en base al hambre de nuestros hijos? y qué pasa con la superviviencia del alma, de nuestros sueños.?
ResponderEliminarÉstos señores difícilmente sabrán de eso, de la angustia del pasar de los 30 días y el miedo a no lograrlo... No saben quienes somos, ni nosotros creemos en su intento. No existe la confianza, y para todo lo concreto se requiere de ella, de la esperanza de que las cosas mejorarán, de trabajar con la convicción de que no se están riendo en nuestra cara de comprar nuestras vidas a precio de huevo.